26 de abril de 2014

El Dueño de los Pinceles

Acrílico, W.R

(♫)

Tú quisiste
entrar en la otra sombra sin el triste
gemido del medroso y del doliente. 


A mi padre. Jorge Luis Borges.

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17 de abril de 2014

La Evidencia



Cuando te extraño tanto, me instalo en el hueco de tu ausencia.

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9 de abril de 2014

Besos en la Sombra



Cuando yo era chica, solo en las películas o en las series norteamericanas de familias felices  veía  matrimonios que decían ‘te amo’ y se besaban en la boca. No digo que otras parejas no lo hicieran o que mi familia no fuera feliz, pero esas manifestaciones resultaban ajenas a mi vida cotidiana, austera hasta para la expresión del amor.
El amor no se decía, se vivía.
Se construía en los pequeños detalles y en los grandes sacrificios, tan imperceptibles y silenciosos que parecían no ocurrir. El mimo y la caricia sellaban un premio o enhebraban lágrimas para el  consuelo en el momento justo, en el instante preciso y encendían una luz que confirmaba la presencia inamovible de lo que, sabíamos, estaba ahí.
Siempre me sentí amada. Mejor dicho, nunca me he planteado la posibilidad de no haberlo sido a pesar de que aparentemente, mis viejos contradijeron todas las premisas de la psicología infantil que ahora se aplica.
No critico aquello (aprendí que el amor trasciende la encarnadura) y no critico esto (nada se compara con el abrazo perfumado y tibio de un niño), son modos o modas, distintas maneras de construir vínculos, diferentes lenguajes y signos de época diseñados para marcar  la impronta de una única palabra.
La que importa, claro, que es la misma de siempre, pronunciada a viva voz o entre susurros.

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Así pues, me pregunto si de veras me incumbe indagar en esos asuntos, si no es problemático poner a contraluz cada palabra, cada cambio de clima emocional, para observarlos cuidadosamente.
Diarios. John Cheever.

6 de abril de 2014

Revelación

El Mundo Invisible. René Magritte


Contigo aprendí
que no sabía todo de mí.

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