La mujer elegía confituras con la distante majestuosidad de una reina. Alta, espléndida, rotunda, femenina. Indiferente a la encrespada atención de los machos, aparentemente ajena, exudaba su almizcle de hembra. Ellos la tocaban con los ojos, calibraban cada milímetro de piel a prudente y estratégica distancia mientras cruzaban guiños cómplices y miradas de indisimulado deseo. Realmente era difícil no mirarla y el silencio envolvió con religiosa expectación la figura femenina.
Ella finalmente pagó y se fue seguida en procesión por cuatro pares de ojos que la acompañaron como babeantes acólitos.
Afuera, un auto brilloso y elegante, importantísimo e importadísimo la perdió en la profundidad de sus fauces y partió.
Adentro, la realidad arañó con fiereza el velo de las fantasías y uno de los hombres, mirando a los otros, dijo con una especie de resignación corporativa: - no es para nosotros muchachos, que va’sé.
Las risas devolvieron todo a su verdadera dimensión mientras el sol del domingo remoloneaba en la vereda.
Ella me llamó la atención. No era una mujer hermosa pero tenía eso que hace que uno se dé vuelta cuando entra una mina como ella en un lugar. Estaba sentada como una estatua en un pedestal, en pose, apenas el culo apoyado en la punta de la silla.
Manual de Perdedores. Juan Sasturain.
Ella finalmente pagó y se fue seguida en procesión por cuatro pares de ojos que la acompañaron como babeantes acólitos.
Afuera, un auto brilloso y elegante, importantísimo e importadísimo la perdió en la profundidad de sus fauces y partió.
Adentro, la realidad arañó con fiereza el velo de las fantasías y uno de los hombres, mirando a los otros, dijo con una especie de resignación corporativa: - no es para nosotros muchachos, que va’sé.
Las risas devolvieron todo a su verdadera dimensión mientras el sol del domingo remoloneaba en la vereda.
Ella me llamó la atención. No era una mujer hermosa pero tenía eso que hace que uno se dé vuelta cuando entra una mina como ella en un lugar. Estaba sentada como una estatua en un pedestal, en pose, apenas el culo apoyado en la punta de la silla.
Manual de Perdedores. Juan Sasturain.