Cuando rendía un final en la facultad, tomaba
‘el espacio’ como eje temático. Eso me permitía recorrer todo el programa y
achicar el margen pantanoso de las repreguntas: movimientos literarios,
géneros, autores, obras y cánones, encontraban su espacio ordenándose
ajustadamente como una matrioska hecha de palabras.
Las profesoras que me advertían de la difícil tarea de desarrollar tanto en tan breve tiempo, reconocían después con generosa calificación,
el armado prolijo de ese puzzle.
Y es que la cuestión del tiempo me
resulta ajena contrariamente a lo que me ocurre con el espacio, porque creo
que es ahí donde me constituyo y confirmo mi identidad.
Mi cuerpo, que de pronto se encuentra despertando en cama ajena, se ve obligado a provocar un pequeño parto que ubique al
inconsciente en ese continente extraño y, como espacio de representación, se
presta distraído a que el tiempo escriba y borre según le parezca, marcas, arrugas,
canas o cicatrices.
¿Una hora, un mes, un año?
¿Una temporada?
¿Un
instante?
Qué sé
yo del tiempo.
Me configuro en el espacio, que es donde
el amor deja su huella y donde duelen las ausencias.
..º..
Yo, cada vez que me sucede algo nuevo, aprendo que tengo un
cuerpo.
Diario de un cuerpo.
Daniel Pennac
Imagen: Melania Brescia