Ilustración: Maurice Sendak
Y de
repente, el teclado se me llenó de conejitos.
No hace
falta que explique la velocidad de sus ritmos reproductivos ni su
característica prolificidad, para
darles una idea aproximada de la blanda pelusa que me invadió sorpresivamente.
Todo empezó con ese pequeño y casi invisible conejo que,
en la
oreja negra, inscribía una rúbrica secreta. El celo estúpido, la corrección
política o quién sabe qué, desalojó al pequeño okupa de su pabellón que saltó
sobre mi mesa buscando asilo.
¿Qué hay de nuevo viejo?, le dijo Bugs Bunny a modo
de bienvenida, en el mismo momento que el Conejo Blanco de Alicia, aparecía
enarbolando su reloj, preocupado porque iba a llegar tarde.
Y en este correr de las horas, Antes del Amanecer y al
grito de the years shall run like
rabbits, los conejitos de W.H.
Auden llegaron desde Viena para unirse a los demás, total, Jesse ya le
había contado a Celine que no podría conquistar el tiempo y pactaba un futuro encuentro
en París. Alertados por los ecos de esta
ciudad, diez nuevos conejitos irrumpieron en prolija secuencia vomitiva a
partir de la carta que Cortázar escribió para una señorita radicada allí.
Pero como
en toda buena reunión de conejos no puede faltar aquél salido de la galera del
mago, ni el conejo pascual, ni el del calendario chino, ni el novio de Jessica,
ni ese otro que viene a reclamar su pata, todos se hicieron presentes. Hasta mi mascota de nombre difícil.
Imaginate
el lío y mi preocupación, al comprobar que la progresión geométrica de los
conejos también es posible dentro de mi cabeza.
Y todo por culpa de Mandela.
..º..
No es culpa mía si de
cuando en cuando vomito un conejito, si esta mudanza me alteró también por
dentro.
Carta a una señorita en
París. Julio Cortázar.