Y entonces por fin, un día, la cabeza se pulverizó adentro de la cabeza y sintió las esquirlas clavarse por detrás de los ojos.
Fue tan reveladora la sensación de estallido, tan medular, tan el caos, que perdida la posibilidad de conducir, se entregó sin resistencia y dejó que los hilos cortados se hundieran como látigos.
Miró la carne herida sin espanto, metió los dedos sin misericordia y el vértigo dulzón de la sangre resultó sanador.
La emboscada ya no era una amenaza ni el desastre una sombra.
El peso de la respiración recorrió la región devastada, sopló las fauces del Minotauro y llegó a las orillas de la conciencia con un vagido inaugural.
Entonces, cuando se hizo el último silencio, abrió las manos y acunó la palabra.
..º..
¿De qué tenía vergüenza? Porque ya no se trataba de piedad, no era solamente piedad; su corazón se había llenado con el peor deseo de vivir.
Amor. Clarice Lispector