Más acá en el tiempo, la obligación familiar de enterrar los cadáveres, se convirtió en un deber jurídico.
Bien.
Y cuando la humanidad parecía haber resuelto el destino de los muertos y la memoria de sus deudos, surge una nueva comisión de finados posmodernos que exige descansar en paz y busca una necrópolis que ni siquiera estaba prevista:
Facebook no sabe qué hacer con los usuarios que mueren, porque sus perfiles siguen dando vueltas por la red como fantasmas y aparecen solicitando que se conecten con ellos.
Macabro.
Entonces, tenemos una novedosa comunidad de 500 millones de miembros, con muertos y aparecidos, que se parece mucho a aquella otra que los dejaba insepultos.
Estos nuevos muertos ni se pudren ni apestan pero están privados del necesario duelo y, como tristes ánimas penitentes, siguen dando vueltas por el limbo tecnológico en reclamo de un obituario, de ritos funerarios y de un nuevo software que oficie de sepulturero y los vuelva al polvo .
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Si después de yo morir quisieran escribir mi biografía/ no hay nada más sencillo./ Tiene sólo dos fechas/ la de mi nacimiento y la de mi muerte./ Entre una y otra todos los días son míos.
Fernando Pessoa/Alberto Caeiro