27 de septiembre de 2008

La Loca De La Casa

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La loca de la casa empieza temprano a construir castillitos de azúcar.
Disimula.
Miente una quietud que muchas veces ella misma cree.
Juega con los trenes, desarma teléfonos, dibuja palabras en pequeños pedazos de papel para hacer collares que luego regala. Hoy los enhebra de una manera y mañana de otra. Nunca iguales.
La loca de la casa es hospitalaria y generosa.
Todo el mundo está invitado a compartir su mesa y sienta, sin mucho cuidado, a adolescentes mal hablados con poetas consagrados. Ancianos, soldados, vendedoras de tienda e ilustres descastados. Vencedores y vencidos, princesas y mucamas, caballeros y caballos. Pájaros azules, unicornios, peces y hormigas. Riega con lágrimas las flores, canta ayes con Ayo o tararea cielos de mermelada.
La loca de la casa zapatea carcajadas sobre pochoclo y sonríe inventándole sexo a amantes imposibles.
Su libertad irrestricta no conoce límites, entonces sale descalza a beber mariposas, pasea entre árboles de cristal que en vez de hojas tienen caireles y en vez flores, arcoiris. Busca paisajes novedosos, cielos con estrellas de sal y desiertos de flores amarillas. Los monstruos de Goya son derrotados por duendes traviesos, las condesas queman cacerolas y los crayones dibujan niños.
La loca de la casa no descansa, disimula.
Cuando su hermana la llama a sosiego obedece por un rato, junta el papel picado y oculta las sirenas en la pecera hasta que el sutil tintineo de campanitas anuncia que ya es hora de volver a jugar.

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“La imaginación es la loca de la casa”.
Santa Teresa de Jesús

24 de septiembre de 2008

La Página En Blanco

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Cuando tengas algo que decir, dilo; cuando no, también. Escribe siempre.
Augusto Monterroso.

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No.
No tengo nada que decir pero tengo ganas de escribir.
¿Y sobre qué puedo escribir si no tengo nada que decir?
Podría escribir palabras sueltas: nácar, crema, pluma, clepsidra - linda palabra, me gusta; tan borgeana.
Podría escribir sobre flores pero no sé mucho de flores. Portulacas. A ésas las conocí este año y ya escribí sobre ellas. Amapolas, margaritas, jazmines, nomeolvides.
No me olvides, no.
Podría escribir mis pesadillas, pero ni siquiera recuerdo mis sueños.
Podría escribir sobre el amor. O sobre la amistad, como el más alto grado del amor.
O sobre el desamor que es peor que el odio.
O sobre el olvido que es su muerte indigna.
Podría deshacer la soledad en la letra y escribir el silencio sin romperlo.
Podría escribir sobre los nombres, disfrazarme en un pronombre, escribir sobre los hombres.
Podría escribir listas de propósitos, de virtudes o defectos.
Podría escribir sobre deseos, sobre culpas y pecados.
Sobre el rencor y el perdón.
Podría,
pero sólo tengo muchos deseos de escribir
y nada para decir.

Intentaré más tarde.

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21 de septiembre de 2008

La Ñata Contra El Vidrio

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Finalmente, y después de varias semanas de idas y vueltas, la insistencia de R. venció mi negativa de comprar teléfono celular nuevo.
No soy pretenciosa. Soy cómoda y no quiero complicarme la vida con funciones que no voy a utilizar; sólo necesito un teléfono que llame y conteste, que pueda escuchar e identificar.
Suficiente con eso.

No me importaba marca, color o modelo, tenía que gustarme. Teníamos que gustarnos y para eso, tocarnos.
Pero no, la política de la empresa dice que debo elegir detrás de la vitrina con la ñata contra el vidrio, con mi nariz en la pecera.
Ya bastante retobada estoy con el cautiverio de estos servicios que nos convierten en servidores, así es que salí de allí echando humo a buscar por otro lado.
Después de una larga caminata, encontré el que quería, pero... !no pude comprarlo ahí! Mi amo y señor, dueño de mi número y libertad condicional, me obligó a volver sobre mis pasos.

Salí con una linda bolsita, un teléfono nuevo y una bronca mayúscula.
Me sentí responsable de tantas idas y venidas, por hacer de una compra sencilla una lucha personal, porque pareciera una rabieta femenina.
Entonces dijo R. con su habitual y tranquilo pragmatismo,
Lo único que se puede comprar detrás de un vidrio, sin tocar, es un pez.
Y se hizo la paz.

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De chiquilín te miraba de afuera/ como esas cosas que nunca se alcanzan/ la ñata contra el vidrio/en un azul de frío.
Cafetín de Buenos Aires. Enrique Santos Discépolo

18 de septiembre de 2008

Fe De Erratas

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Donde dice: sin voz,
léase: sin vos.
Porque donde dice silencio, debe leerse ausencia.

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15 de septiembre de 2008

You Can Leave Your Hat On

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Una gorra de caza con orejeras, es el común denominador de tres desangelados.
Holden Caulfield, Ignatius J. Reilly y el Chavo se protegen, se cubren con una y
esconden las orejas copiando el gesto de los niños que tapan sus ojos para no ser vistos.
Acorazados en su propio tonel, parecen espiar el mundo para desnudar el revés de una sociedad que no les sonríe pero les ríe, probablemente, para soportar el impacto de la propia imagen.
La conjura de los necios provocó una serie de comentarios bien diferentes. Para algunos fue un libro duro y terrible, para otros un muy buen libro, hilarante y divertido; hay quien coincide conmigo en que es un texto para reir y llorar.
Depende de dónde uno se pare, de dónde a uno le duela; el lector carga con su propia historia cuando se apropia de la ficción que lo representa, muchas veces, con exactitud.
Y la imagen que nos devuelve el espejo, vestida con una ridícula gorra de orejeras, puede provocarnos sorpresa, carcajada o tristeza porque no siempre nos miramos con los mismos ojos o porque otros ojos no nos ven.
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Como, dentro de todo, la cosa tenía bastante gracia, de pronto hice algo que no debí hacer. Me eché a reir. Fue una carcajada de lo más inoportuna. Si hubiera estado en el cine sentado detrás de mí mismo, probablemente me hubiera dicho que me callara.
The Catcher in the Rye. J. D. Salinger.

10 de septiembre de 2008

Mundos Paralelos

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No me preocupo demasiado por las cosas; más allá de la puntual utilidad que presten, no me aferro a ellas y tal parece que esta actitud les ha despertado un espíritu rencoroso y batallador. Me obligan a pensarlas, buscarlas o repararlas para llamar la atención y cachetear mi suficiencia.
Seguramente, la receta del oftalmólogo, el repuesto para la silla de la computadora, el aro que me falta y el llavero que no encuentro, estarán observándome desde algún rincón con ojos de gnomo juguetón y vengativo.
La impresora no fue ajena al plan conspirativo. Imprimir una novela de 230 páginas consumió cartucho de tinta, resma y paciencia porque masticó papeles, desconfiguró la secuencia y tuve que repetir todo otra vez.
La cámara de fotos adhirió a la protesta cuando, con las pilas agotadas y el cargador knock out, frustró la intención de retratar las secuelas del choque.
El auto, mientras tanto, espera que le planchen las arrugas y vomita a borbotones el agua que le damos a beber.
Y el teléfono celular… ése que desconozco siempre y que no escucho nunca, ahora se tilda cuando más lo necesito. Rencoroso y maligno se empaca conmigo y se porta de maravillas en el service. No pude usarlo el día del accidente y tampoco esta mañana cuando, ajena al alboroto que mi desaparición y silencio de radio provocaban, me tomé dos cafés mientras escuchaba Beatles y comenzaba un nuevo libro.
La camarera pizpeó el título y junto con el café me trajo una invitación para una Feria de diseño, arte contemporáneo y bandas en vivo. Salí de ahí, entré a preguntar por unas preciosas zapatillas color fucsia A.Y NOT DEAD y el flaco vendedor embutido en sus chupines me dijo:
-La conjura de los necios… ¡qué buen libro!

No sé si las cosas son capaces de conspirar o si están dotadas de algún espíritu travieso que insiste en molestarme. Por las dudas veré si puedo distraerlas haciendo cambio de teléfono, auto o libro.
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¡Cuántas cosas,/ minas, umbrales, atlas, copas, clavos,/ nos sirven como tácitos esclavos,/ciegas y extrañamente sigilosas!/Durarán más allá de nuestro olvido;/ no sabrán nunca que nos hemos ido.
Las cosas. Jorge Luis Borges

6 de septiembre de 2008

Cracked

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Si vas manejando a las cinco de la tarde por una calle de tránsito rápido y un imbécil la cruza como un bólido, sin mirar;
si frenás y no podés evitar chocarlo;
si ves cómo el otro da una voltereta y vuelca sobre uno de sus lados;
si bajás con ganas de matarlo;
si le decís “¡pedazo de pelotudo no podés cruzar así!";
si el tipo no te escucha porque quedó dado vuelta sin poder salir de su vehículo;
si ves el tuyo en medio de la bocacalle con el capot arrugado, perdiendo agua, una óptica destrozada y el paragolpes a 5mts.;
si estás sin celular porque debieran haberlo reparado para hoy y no cumplieron;
si ves cómo se arriman los solidarios curiosos;
si de repente estás dándole tus datos a la policía;
si flasheas que, por un segundo, tu tiempo o el del otro podría haberse detenido ahí;
si te pasa todo eso y podés postearlo, creeme que tu día no ha sido tan malo después de todo.

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Eran las cinco en punto de la tarde [...] Y el óxido sembró cristal y níquel a las cinco de la tarde.
Llanto por Ignacio Sánchez Mejía. Federico García Lorca

3 de septiembre de 2008

Polvo Veritas



(*)El tipo pasa la noche con una mina, se queda dormido y lo sorprende la mañana en cama ajena pensando qué excusa ponerle a su esposa.
Finalmente, se ensucia la punta de los dedos con talco y entra a su casa con las manos escondidas en la espalda. La mujer, como era de esperar, lo recibe con una catarata de preguntas y reproches:

-¿Qué hiciste?, ¿por qué no llamaste?, ¿dónde estuviste? ¿con quién?
-¡Claro, la señora cree que todo es tan fácil! ¿cómo iba a llamar? No pude llamarte porque pasé la noche con una rubia infernal, tuvimos una noche de sexo agotador y me quedé dormido –responde él.
-A ver, ¡sacá las manos de atrás de la espalda y mostrámelas!! –ordena ella.


El hombre, obediente, saca las manos, junta la punta de los dedos y los enseña al tiempo que ella, en el paroxismo de su enojo, le grita a viva voz:

-¡Sinvergüenza, vago, atorrante! Otra vez pasaste la noche chupando y jugando al pool con esos borrachos buenosparanada que tenés por amigos!!

[Cuando la verdad termina siendo la mejor de las mentiras, deberíamos revisar nuestro nivel de escepticismo]

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Nunca es triste la verdad/ lo que no tiene es remedio.
Sinceramente tuyo. Joan Manuel Serrat.

(*) Recreación de un viejísimo scketch de Olmedo