Anoche, alguien me consultó sobre un poema de Pizarnik y estaba leyéndola poco antes de entrar al blog. Al revisar los comentarios
encuentro a Sapaflor y a Filo compartiendo la dolorosa coincidencia del suicidio de dos jóvenes amigos, coincidencia que se ensambla con mi lectura de la poeta suicida:
“Soy huérfana. Nadie se ocupó de darme una educación esmerada -se disculpó la muerte.”
Y, en
verdad, la muerte no tiene disculpa, porque no tiene culpa. La huérfana es hija no deseada de la vida - es su sombra- pero no se hace cargo de las sombras vitales.
Vida, mi vida, déjate caer, déjate doler, mi vida, déjate enlazar de fuego, de silencio ingenuo, de piedras verdes en la casa de la noche, déjate caer y doler, mi vida.
La muerte siempre sorprende aunque sea una muerte anunciada, porque el suicidio va sembrando banderas y anuncios ominosos que florecen más tarde en el acto definitivo. Último.
Es el desastre
Es la hora del vacío no vacío
Es el instante de poner cerrojo a los labios
oír a los condenados gritar
contemplar a cada uno de mis nombres
ahorcados en la nada.
Y quedamos - quienes quedamos- sumando la duda al dolor, tratando de abismarnos en los
antiguos funerales que aquél fue celebrando anticipadamente,
perversamente.
Delicia de perderse en la imagen presentida. Yo me levanté de mi cadáver, yo fui en busca de quien soy. Peregrina de mí, he ido hacia la que duerme en un país al viento.
Y quedamos solos, quienes quedamos.
Como sonámbulos sorprendidos en la noche amanecemos sin
saber cómo, ni quién, ni cuándo.
Porque no es verdad que ¡tan solos se quedan los muertos! la última inocencia los acompaña y, para más, se llevan la nuestra.
Partir
en cuerpo y alma
partir.
Partir
deshacerse de las miradas
piedras opresoras
que duermen en la garganta.
He de partir
no más inercia bajo el sol
no más sangre anonadada
no más fila para morir.
He de partir
Pero arremete ¡viajera!