17 de octubre de 2012

Los Hijos de Nadie


Te desconozco, me dijo un amigo cuando le dije que no tenía ganas de pelear.
Y es que la discusión me resulta estimulante, pero la pelea sostenida me agota.
Quienes discuten buscan dilucidar alguna verdad, en cambio, quienes pelean solo quieren imponer la suya sin importar cómo, ignorando el hecho de que, en algunas cuestiones, vencedores o vencidos son un colectivo que los incluye, cualquiera sea el resultado de la pelea.
En medio de esto, trato de que no me roben la esperanza y el humor, último bastión que defiendo como gato en la leñera. Leo poesía, escucho música, miro el mar, visito mis buenos recuerdos, me embadurno de besos infantiles, me centro en mis amados y me distraigo de mí atiborrándome de ficciones, a la hora en que los fantasmas suelen aparecer; la receta parece funcionar.
El asesinato de una jovencita (The Killing) me tuvo sobre ascuas varios días. Una serie excelente, con actuaciones extraordinarias y varias lecturas que por momentos, me hicieron olvidar del asesino. La oscuridad y la lluvia omnipresente, son callados protagonistas que le aportan densidad a la historia y ponen un velo sobre aquellas otras pequeñas tragedias que sobrevuelan como satélites.
Y son pequeñas porque refiere a los niños, a la joven asesinada, a la infancia herida y al desamparo de sus hermanos, al hijo de la detective Linden y a ella misma de niña. Al sobrino de su compañero, al chico de los dibujos, al hijo del mafioso polaco y a la asesora del político, abusada en su niñez.
En algún momento, todos ellos son hijos de nadie, lo que supone algo mucho,  mucho peor que la orfandad.
Y así ando últimamente: desmadrada y dispersa, tratando de construir una historia hecha de pedazos.
Como un niño abandonado o ‘como un hada que olvidó su origen’.
[gracias M.]

..º..
Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir […] pero, ¿quién vive?
Blade Runner