Mariano había venido a Mardel por pocos días y como habitualmente tiene más ocupaciones que tiempo, llamó por teléfono para encontrarnos un rato a la tarde. Yo tenía que cursar ese día y él no tendría otro libre así que acordamos vernos en un café. Uno de esos lugares lindos y escondidos que sabe descubrir. Stradivarius, en la diagonal Pueyrredón, a las cinco y media ¿Te parece? Me parece, ahí nos vemos.
Salí de la facultad apurada, con frío y con hambre. Era temprano, calculé, pero caminé rápido por la diagonal para abrigarme del viento cruzado y entré al lugar establecido. Pedí café y me puse a leer unos apuntes para amortiguar el frío y la espera. Entré en ese limbo acolchado que suelo frecuentar hasta que de pronto algo –no sé qué- me rescató y me sentó bruscamente en la realidad de la tarde fría. Levanté la vista, la paseé por el local, por la mesita de fórmica, por los sobrecitos de azúcar sin abrir y me sentí extraña y ajena -o tal vez pensé que ese lugar era extraño y ajeno a Mariano. Llamé a la camarera para preguntarle si podía decirme la hora y si estábamos en Stradivarius. Me contestó lo que para ella era una obviedad: que eran las cinco y cuarto y que no, que Stradivarius estaba en la otra esquina.
Pagué de inmediato, salí, caminé media cuadra más y entré donde debía.
Sí, sí, ahora sí. La temperatura cálida, el lugar tranquilo con mesas de madera, sillas thonet, aroma de budines, música suave y ruidos amortiguados se emparentaban con la típica circunspección de Mariano.
Pedí otro café y casi al instante, con puntualidad de campanario, apareció la figura querida, alta y desgarbada acercándose a la mesa y que, mientras me abrazaba y me daba uno de esos besos pinchosos de barba, me decía sorprendido -¡Negra! ¡no pensé que ibas a encontrar el lugar…!
Fingí sorpresa, lo mortifiqué diciendo que me juzgaba mal y que tan distraída no andaba por la vida, hasta que finalmente le conté mi raid cafetero y provoqué esa carcajada sonora y escandalosa que me gusta tanto.
Se ríe cuando digo que su cara parece salida de un cuadro del Greco, se desconcierta y se divierte con mis juegos de palabras, se preocupa cuando le digo que “ando volando bajito”, se interesa cuando le cuento algo que leí o escribí, me estimula a hacerlo y guarda todo lo que le mando, se entusiasma al explicarme alguna exposición que ha visto, se sorprende cuando le digo que siempre saca fotos de ventanas pero me da la razón, nos reímos cuando dice que fulano es un “imbaaacil”, me enseña sobre música clásica y me pidió uno de esos poemas humorísticos que suelo hacer, para su último cumpleaños. Hablarle o leerlo es siempre una alegría. Encontrarlo, una celebración.
No voy a entrar en consideraciones acerca de la amistad. Creo que la amistad es un acto de fe (y doy fe de que la amistad entre hombre y mujer es posible).
“Por primera vez en estas páginas nombro a César Paz, mi amigo querido, aquel que me confiaba sus esperanzas y oía las mías, aquel hombre leal, fuerte y generoso, bravo como el acero, elegante y distinguido, aquel que…”
Juvenilia, Miguel Cané
Salí de la facultad apurada, con frío y con hambre. Era temprano, calculé, pero caminé rápido por la diagonal para abrigarme del viento cruzado y entré al lugar establecido. Pedí café y me puse a leer unos apuntes para amortiguar el frío y la espera. Entré en ese limbo acolchado que suelo frecuentar hasta que de pronto algo –no sé qué- me rescató y me sentó bruscamente en la realidad de la tarde fría. Levanté la vista, la paseé por el local, por la mesita de fórmica, por los sobrecitos de azúcar sin abrir y me sentí extraña y ajena -o tal vez pensé que ese lugar era extraño y ajeno a Mariano. Llamé a la camarera para preguntarle si podía decirme la hora y si estábamos en Stradivarius. Me contestó lo que para ella era una obviedad: que eran las cinco y cuarto y que no, que Stradivarius estaba en la otra esquina.
Pagué de inmediato, salí, caminé media cuadra más y entré donde debía.
Sí, sí, ahora sí. La temperatura cálida, el lugar tranquilo con mesas de madera, sillas thonet, aroma de budines, música suave y ruidos amortiguados se emparentaban con la típica circunspección de Mariano.
Pedí otro café y casi al instante, con puntualidad de campanario, apareció la figura querida, alta y desgarbada acercándose a la mesa y que, mientras me abrazaba y me daba uno de esos besos pinchosos de barba, me decía sorprendido -¡Negra! ¡no pensé que ibas a encontrar el lugar…!
Fingí sorpresa, lo mortifiqué diciendo que me juzgaba mal y que tan distraída no andaba por la vida, hasta que finalmente le conté mi raid cafetero y provoqué esa carcajada sonora y escandalosa que me gusta tanto.
Se ríe cuando digo que su cara parece salida de un cuadro del Greco, se desconcierta y se divierte con mis juegos de palabras, se preocupa cuando le digo que “ando volando bajito”, se interesa cuando le cuento algo que leí o escribí, me estimula a hacerlo y guarda todo lo que le mando, se entusiasma al explicarme alguna exposición que ha visto, se sorprende cuando le digo que siempre saca fotos de ventanas pero me da la razón, nos reímos cuando dice que fulano es un “imbaaacil”, me enseña sobre música clásica y me pidió uno de esos poemas humorísticos que suelo hacer, para su último cumpleaños. Hablarle o leerlo es siempre una alegría. Encontrarlo, una celebración.
No voy a entrar en consideraciones acerca de la amistad. Creo que la amistad es un acto de fe (y doy fe de que la amistad entre hombre y mujer es posible).
“Por primera vez en estas páginas nombro a César Paz, mi amigo querido, aquel que me confiaba sus esperanzas y oía las mías, aquel hombre leal, fuerte y generoso, bravo como el acero, elegante y distinguido, aquel que…”
Juvenilia, Miguel Cané
12 comentarios:
La descripción del encuentro, los personajes, el setting y el encuadre están demasiado buenos y otoñales como para arruinarlos discutiendo el topic tirado en la última frase.
Por lo demás, ya Billy Crystal dio un comentario lapidario al respecto en "When Harry met Sally" (dentro del auto, más precisamente, no en restaurant).
No recuerdo la frase de Harry pero supongo que desdice mi afirmación y abona la teoría de R.(y de la mayoría de los hombres).
De cualquier manera esa "sintonía fina" que tiene ud. para no entrar en ciertas discusiones, lo candidatea como un excelente amigo (o como un depredador sigiloso, ahora que lo pienso, ja).
El comentario era más o menos así: "Un hombre puede ser amigo de una mujer cuando la posibilidad de sexo está totalmente descartada".
Gran verdá.
Por lo cual, como le he dicho a más de una congénere suya, le agradezco el convite pero no quiero ser su amigo. "Depredador sigiloso"... Sí, gracias. Es un buen comienzo.
"Creo que la amistad es un acto de fe" y más en este caso, no?
Ok. roedor, al menos ya no somos enemigos eh? entonces tenga cuidado con las tramperas.
jaaaaaaaaaaa Lex, ud. es un heresiarca, mire que la hija de dios lo puede mandar a castigar!
No hay descanso para los malditos! ja Usted se hace la viva porque tiene linea directa por partida doble!!!
Dios esta en todas partes pero tiene su atelier en Francia
muy buena tu descripcion de Mariano...pero mejor aun te describis a vos misma, contando tu equivocacion del cafe!y mas aun, contar que te pediste uno, lo tomaste, pasaste un bueeen rato ahi y recien a la hora te habras dado cuenta de tu error! so suyo condesa...
Me encantó la narración de lo sucedido, no lo conozco a M. pero me lo puedo imaginar. Sí la conozco a ud. y... está igual!!!
¿ud. me conoce a mí bucéfalo????
¿yo lo conozco a ud. o es uno de los borrados de mi rígido?
Si Condesa, en otros blogs me conoce como OpiñonFijo, lo que pasa que este blog es demasiado serio para ese nick! :)
jaaaaaaaaaaaaaa ¿de verdad le parece serio este blog?
Así que OpiñonFijo...mire ud. esto está lleno de esquizofrénicos. Eso hace que mis múltiples personalidades y yo, nos sintamos más acompañadas.
me parece que estuve ahi
tenes razon como salido de un Greco!
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