3 de abril de 2007

Y todo a media luz


Puff… Se cortó la luz.
La noche se instala adentro y la casa queda quieta por fracción de segundos. De inmediato la tarea de encontrar fósforos, velas y linternas provoca una moderada actividad. Hablamos en voz alta para ubicarnos pero no podemos evitar el choque con Violeta que es más negra que la noche y, para peor, no habla.
Afuera, la oscuridad se extiende hasta el mar y sólo algunas lucecitas lejanas indican que en algún lugar del centro “se ha reestablecido el suministro”.
Parece que el corte es general y va para largo.
Adentro ya hemos distribuído estratégicamente las velas y, por supuesto, la radio no tiene pilas, lo que abona el campo de las suposiciones. Nos prometemos, como sucede cada vez que sucede, comprar un pack y guardarlas “por si acaso”.
Como una especie de Ingalls post-modernos cenamos algo rápido, conversamos y comentamos algunas noticias del día que se suavizan y pierden dramatismo a la luz vacilante de las velas. No hay un hogar encendido con café humeante así que Caroline prepara el instantáneo, lo mete en el microondas pero… ay! no hay. No hay luz, digo. Bueno, lo dejo para después. Está bueno esto de las velas. Potencia la quietud, el silencio, los matices. La luz es eje de lo que importa. Con-centra. Un cuadro de Rembrandt. Miro por la ventana y veo que las lucecitas avanzan lentamente, calculo que tardarán bastante en llegar hasta acá. Mejor. Buena oportunidad para acostarse temprano y no andar vagabundeando hasta las 3 ó 4 de la mañana.
La lectura a la luz de la vela me cansa los ojos, bordar como Caroline no sé y Charles no toca el violín. Meto, yo, violín en bolsa y me voy a la cama. Ordeno un poco para no tropezar en la oscuridad y… ¡click, vuelve la luz! Con ella regresan los ruidos y la actividad. La electricidad, la energía, el nervio, la prisa, los colores plenos.
Olvido el propósito de acostarme temprano, me apuro a calentar el café en el microondas y enciendo la Clota para revisar el correo y escribir esto.
La imagen de la pequeña casa en la pradera se apaga con la última vela.
Descuelgo el Rembrandt y lo reemplazo por Klimt.
[...]
Esas sombras en la cornisa; la habitación tiene pulmones, algo que late. Sí, la electricidad es eleática, nos ha petrificado las sombras. Ahora forman parte de los muebles y las caras.
Rayuela (Cap.11), Julio Cortázar

4 comentarios:

Anónimo dijo...

U. Ecco en su defensa del libro decia precisamente eso, que ante un corte de luz la computadora muere y el libro sale airoso con la ayuda tenue de una vela.

La condesa sangrienta dijo...

Filo, y ud. siempre ahí...teniéndome la vela! gracias por pasar.

Anónimo dijo...

Es que ud. es mi taller literario condesa, dispara lo que ningun otro blog logra, recordar, buscar, reirme, nada de chisme, mucha literatura siga asi, eso si no me pida debito automatico.eh?

La condesa sangrienta dijo...

¡Qué va, Filo! este piropo tan lindo ya está acreditado en mi haber. Gracias.