El tiempo convencional, el que transcurre afuera, el del reloj que abre las puertas de los bancos y cierra la de los puticlubs. El tiempo que indica a qué hora comer y dormir, cuándo decir buenos días, buenas tardes o buenas noches.
El que late por el sol, agitado en horas tempranas y se despabila con voces escolares, tráfico intenso y gentes apuradas que porfían en llegar quién sabe a dónde.
Ese tiempo del antibiótico cada ocho horas, del vencimiento de facturas, del te llamo en diez minutos o hace un mes que se murió. También el de la urgencia, que aniquila y desarticula.
Pero hay otro tiempo interno, que tiene la densidad de una bocanada de aire enamorado y transcurre con la lentitud de un río de mermelada.
Entre ambas dimensiones, la frontera de la piel que señaliza y separa lo hondo de lo plano.
Conduzca por esta senda, no pise las flores, espere su turno.
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Nade, flote, respire, discurra, ocurra.
Tal vez todo se reduzca al precio de un peaje que me niego a pagar.
y las puertas se cierran a tu paso;/ sólo del otro lado del ocaso/ verás los Arquetipos y Esplendores.
Everness. Jorge Luis Borges.