Yo sabía.
No me pregunten por qué,
pero yo sabía y aunque no podía arrogarme la presunción de eliminar la
preocupación familiar con una certeza, supongo que la tranquilidad instalada desde mi mismo centro,
sirvió en parte para restarle dramatismo a la cosa.
Comencé el año
materializando mi seudónimo de manera sorpresiva. Si bien no suelo prestarle
demasiada atención a los llamados del cuerpo, esta vez se expresaba en rojos
caracteres que no pude desatender.
Como los antecedentes
familiares ya habían cubierto cinco casilleros en el cartón del bingo fatal, para no asustar a la tropa, que se enteró de
casualidad, pedí turno y fui sola al médico que me expuso todas las posibles causas,
consecuencias y tratamientos, aun los más radicales.
Una pequeña intervención
eliminaría aquello que las imágenes mostraban y darían un diagnóstico certero,
dos semanas después.
Evalué todas las
posibilidades con absoluta calma no sé si por negación, resignación o íntima certeza
de que nada debía temer. Lo cierto es que me recuperé de inmediato y, cumplido
el tiempo establecido, ayer fui a buscar el resultado que despejó las nubes
negras y confirmó felizmente mi buena salud.
La gente que me quiere
dio cuenta de su preocupación y expresó alivio según su modo con lágrimas,
flores, llamados, cartas y retos. Pero yo sabía, porque a pesar de que
habitualmente lo desoigo, mi cuerpo es generoso y estuvo todo el tiempo
repitiendo con persistencia, que no había ninguna fiera agazapada en su interior.
..º..
Cada persona al nacer
posee una ciudadanía dual, en el reino de los sanos y en el reino de los
enfermos. Aunque todos preferiríamos sólo utilizar el pasaporte bueno, tarde o
temprano cada uno se ve obligado, al menos por un tiempo, a identificarse como
ciudadano de aquel otro lugar.
La Enfermedad y sus Metáforas, Susan Sontag
Imagen: Danny Eastwood