31 de marzo de 2014

Culpa de Mandela

Ilustración: Maurice Sendak


Y de repente, el teclado se me llenó de conejitos.
No hace falta que explique la velocidad de sus ritmos reproductivos ni su característica prolificidad, para darles una idea aproximada de la blanda pelusa que me invadió sorpresivamente.
Todo empezó con ese pequeño y casi invisible conejo que, en la oreja negra, inscribía una rúbrica secreta. El celo estúpido, la corrección política o quién sabe qué, desalojó al pequeño okupa de su pabellón que saltó sobre mi mesa buscando asilo.
¿Qué hay de nuevo viejo?, le dijo Bugs Bunny a modo de bienvenida, en el mismo momento que el Conejo Blanco de Alicia, aparecía enarbolando su reloj, preocupado porque iba a llegar tarde.
Y en este correr de las horas, Antes del Amanecer y al grito de the years shall run like rabbits, los conejitos de W.H. Auden llegaron desde Viena para unirse a los demás, total, Jesse ya le había contado a Celine que no podría conquistar el tiempo y pactaba un futuro encuentro en París.  Alertados por los ecos de esta ciudad, diez nuevos conejitos irrumpieron en prolija secuencia vomitiva a partir de la carta que Cortázar escribió para una señorita radicada allí.
Pero como en toda buena reunión de conejos no puede faltar aquél salido de la galera del mago, ni el conejo pascual, ni el del calendario chino, ni el novio de Jessica, ni ese otro que viene a reclamar su pata, todos se hicieron presentes. Hasta  mi mascota de nombre difícil.
Imaginate el lío y mi preocupación, al comprobar que la progresión geométrica de los conejos también es posible dentro de mi cabeza.

 Y todo por culpa de Mandela.

..º..

No es culpa mía si de cuando en cuando vomito un conejito, si esta mudanza me alteró también por dentro.
Carta a una señorita en París. Julio Cortázar.


                                                                                                                 

26 de marzo de 2014

Una Soledad tan Concurrida

Foto: Demian Aiello


Mientras esto escribo, el televisor de la cocina repite hasta el hartazgo el grito de una mujer despidiendo a su marido. El sonido casi animal, estalla un te amo en la intimidad del duelo que se propaga por millones de pantallas.
'La noticia', 'la primicia', 'el morbo de la gente', 'lo que la gente quiere ver', parecen justificar la insistente exposición del dolor ajeno y la mediatización de las pequeñas miserias intrafamiliares.

Una mujer, otra, muere en la soledad de su casa.
Nadie la llora, ni la extraña, ni la reclama. Diez años después, con el único interés de la propiedad, vulneran la cerradura del domicilio y allí la encuentran, reducida a huesos, confundida entre el polvo y la basura.
'La noticia', 'la primicia', 'el morbo de la gente', 'lo que la gente quiere ver', parecen justificar la presencia de los medios en la vereda que transmiten en directo testimonios de algunos vecinos. Pero, ¿qué pueden decir de una puerta cerrada que tapió hasta los olores de la muerte?
Otra vez soy testigo involuntario.
El hijo de la vecina ‘del B’, tomó la foto que ilustra este post y que me remitió inmediatamente a las pinturas de Edward Hopper, artista estadounidense que supo representar con eficacia la deshumanización del mundo, la incomunicación y la soledad del hombre contemporáneo con un tratamiento casi cinematográfico.
Lugares públicos, luces y sombras, líneas rectas, efectos dramáticos, así en Hopper como en la tele.

..º..

Tengo una soledad / tan concurrida/ que puedo organizarla/ como una procesión
Rostro de vos. Mario Benedetti


20 de marzo de 2014

Los Libros de la Buena Memoria



Me gusta regalar libros, los pienso y elijo según quién ha de recibirlos pero solo me desprendo de los libros que amo con las personas que amo.
Regalé un libro mío y estoy arrepentidísima.
Como ya he contado leo lápiz en mano, subrayo, hago marcas, cruces, signos de admiración o notas al pie. Tengo memoria visual y eso me ayuda cuando quiero recuperar una idea o releer algunos párrafos.
Me apropio del libro en el sentido más íntimo en tanto recorro todos sus rincones y planto banderas en el territorio que el autor deja para conquistar. Será por eso que necesito marcar como un topógrafo.
Me han dicho que ‘leo en capas’, pero sucede que la escritura nunca es inocente y quiere ser descubierta; va dejando señales silenciosas, hitos, anzuelos, carnadas invisibles que nos atrapan sin que sepamos. 
Me dejo llevar por el texto y cuando algo me detiene, lo marco y sigo. Puede ser una frase, una palabra, la reiteración de la misma o un espacio en blanco. No importa, signo y sigo leyendo hasta terminar.
Después vuelvo sobre mis pasos en busca de aquello que me hizo ruido. A veces, sí, puedo levantar varias capas, otras veces solo disfruto del brillo nacarado de una palabra bien colocada.
Pero esta vez no pude hacer el viaje de vuelta. Ando perdida e incompleta.
Y disgustada además, por haber cedido al impulso de regalar un pedazo de mí tan tontamente.

..º..

Igual al apropiarme de todas las palabras mientras merodeo por el bosque me siento privilegiada. Y bastante sola.
La densidad de las palabras. Luisa Valenzuela

11 de marzo de 2014

Eso Que Supimos Ser



−¿Y nosotros qué somos?, dice que dicen las mujeres.
Posiblemente a él se lo hayan preguntado muchas veces tratando de esquivar la verdadera pregunta
−¿Qué soy yo para vos?
Y es que, en el curso del amor, uno es en función del otro. Se constituye en la mirada y en la palabra del amado, pero cuando la mirada  esquiva y la palabra silencia, tenía razón mi abuela
−No somos nada.

..º..

Otra vez vuelvo a verte, / Pero, ¡ay, a mí ya no me veo!
Fernando Pessoa