Esta cuestión de la libertad, el ser consecuente (y sus consecuencias) es todo un tema.
Un asado familiar nos convocó en la Villa del Club Independiente y allá fuimos, con toda la parafernalia de rigor necesaria para la liturgia gastronómica. En un gesto de fraterna comunión se abrieron canastos y se asociaron chorizos, morcillas, chinchulines, asado, vinos, gaseosas, confituras y mates.
El ritual se cumplió con obstinada precisión y terminó como debe terminar, con la parrilla desierta, migas sobre la mesa, ensaladeras grasientas, moscas molestas, perros flacos buscando huesos y los chicos… los chicos agitando la modorra post-morfi, metiendo un palito entre las brasas, metiendo la mano en un agujero, metiendo las patas en un charco, metiendo la llave del auto en un termo. Uff mejor vamos a caminar y a juntar piedritas.
La ancha avenida de tierra estaba limitada por un ejército de enormes eucaliptos bien alineados. Podíamos conversar tranquilas con M. sin perder de vista a los peques. Duró poco la bucólica estampa porque vinieron llorosos y apenados a avisar que un pajarito estaba atrapado en una trampera. Ni lenta ni perezosa, trepé al árbol y lo liberé; con gozosa algarabía despedimos el vuelo del reciente excarcelado y me sentí Wonder Woman.
Pronto descubrimos que no era el único y así, árbol tras árbol, fui abriendo jaula por jaula, celebrando el batir de alas con el batir de palmas. Los chicos aplaudían y a mí, casi me aplauden la cara.
El pequeño punto en el fondo de la arboleda se fue agrandando hasta convertirse en un señor gordo, rojo de vino, de sol y de furia que a viva voz y peligrosamente cerca de mi cara, dijo:
¡¡¿qué hiciste nenaaaaaa?!! ¡¡Esos pájaros son llamadores y cuestan una fortuna, la puta que te parió!!! Bueno, le dije con mi mejor cara de póquer y calculando por dónde rajar, si cuestan tanto se hubiese quedado cuidándolos… y me fui volando, como los pajaritos.
R. se enojó porque siempre hago estas cosas que lo ponen en el brete de cagarse a trompadas con alguien. Hoy es una anécdota divertida que me pone a pensar sobre la libertad y sus consecuencias.
Un asado familiar nos convocó en la Villa del Club Independiente y allá fuimos, con toda la parafernalia de rigor necesaria para la liturgia gastronómica. En un gesto de fraterna comunión se abrieron canastos y se asociaron chorizos, morcillas, chinchulines, asado, vinos, gaseosas, confituras y mates.
El ritual se cumplió con obstinada precisión y terminó como debe terminar, con la parrilla desierta, migas sobre la mesa, ensaladeras grasientas, moscas molestas, perros flacos buscando huesos y los chicos… los chicos agitando la modorra post-morfi, metiendo un palito entre las brasas, metiendo la mano en un agujero, metiendo las patas en un charco, metiendo la llave del auto en un termo. Uff mejor vamos a caminar y a juntar piedritas.
La ancha avenida de tierra estaba limitada por un ejército de enormes eucaliptos bien alineados. Podíamos conversar tranquilas con M. sin perder de vista a los peques. Duró poco la bucólica estampa porque vinieron llorosos y apenados a avisar que un pajarito estaba atrapado en una trampera. Ni lenta ni perezosa, trepé al árbol y lo liberé; con gozosa algarabía despedimos el vuelo del reciente excarcelado y me sentí Wonder Woman.
Pronto descubrimos que no era el único y así, árbol tras árbol, fui abriendo jaula por jaula, celebrando el batir de alas con el batir de palmas. Los chicos aplaudían y a mí, casi me aplauden la cara.
El pequeño punto en el fondo de la arboleda se fue agrandando hasta convertirse en un señor gordo, rojo de vino, de sol y de furia que a viva voz y peligrosamente cerca de mi cara, dijo:
¡¡¿qué hiciste nenaaaaaa?!! ¡¡Esos pájaros son llamadores y cuestan una fortuna, la puta que te parió!!! Bueno, le dije con mi mejor cara de póquer y calculando por dónde rajar, si cuestan tanto se hubiese quedado cuidándolos… y me fui volando, como los pajaritos.
R. se enojó porque siempre hago estas cosas que lo ponen en el brete de cagarse a trompadas con alguien. Hoy es una anécdota divertida que me pone a pensar sobre la libertad y sus consecuencias.
El ser consecuente, porque ¿cómo cuernos un club que se llama Independiente permite que alguien no lo sea?
Así no va, che.
Blackbird singing in the dead of night
Así no va, che.
Blackbird singing in the dead of night
Take these broken wings and learn to fly
All your life
You were only waiting for this moment to arise.
You were only waiting for this moment to arise.
Blackbird fly
Blackbird fly
Blackbird, Lennon-Mc Cartney
6 comentarios:
Jajajaja,, Perdón pero tu anécdota es genial. Mis "condolencias" a R, se lo que es tener q defender lo indefendible jajaja.
Eso es lo maravilloso de las mujeres, siempre tienen una contestación a mano.
Un poco de adrenalina nunca está demás, perro!
Querida condesa:
Bien por ti en este blog. La verdad es que siempre busco blogger de la ciudad y se pone dificultoso. Te invito al mío (aunque no sea sangriento ni con tanto detalle)
e-true.blogspot.com
Saludos, seguí así, José.
Gracias José, voy a pasar a saludarte (y si leés el post que acabo de publicar, te darás cuenta de que no hace falta mucho detalle para ser sangriento!)
Saludos
Admiro lo que hiciste, condesa. Ya me parecía que lo de sangrienta era de mentirijillas. Sos buena de verdad y además vivís en la ciudad más linda de la Argentina. Mucho más linda que Providencia, lejos.
¿se da cuenta Yulai? casi paso a ser la condesa ensangrentada.
Y yo viviré en la ciudad más linda, pero ud. por el nombre de la suya, tiene la supervivencia asegurada!
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