Alguna vez me pregunté cómo sería ser lindo, pero nunca me pregunté cómo sería ser feo. Porque una cosa es sentirse feo y otra es ser feo. Objetivamente.
Una exigente autocrítica y tremendo sentido estético me torturaron bastante durante la adolescencia y ahora, a la distancia, veo en las fotos a una jovencita de cuerpo armonioso, enormes ojos negros , sonrisa amplia y natural simpatía, con los que seducía sin saber. Pero claro, ella hubiese querido ser alta como L, rubia y lacia como S., desfachatada como M., tetona como F., genio en matemática como ML. Ahora vengo a darme cuenta de que algunos de mis atributos eran un valor agregado que ellas hubiesen querido para sí. Lo sé porque me lo dijeron y lo escribieron en esas dedicatorias de los últimos días de clase.
La adolescencia es un terreno fangoso que pocos son capaces de transitar sin resbalar o salpicarse. El tránsito, más o menos dificultoso, puede fortalecer los músculos de la autoestima o lastimarla para siempre. El adolescente se siente feo por obligación y por comparación, pero no todo el tiempo. La llamada esperada, la sonrisa del otro lado del aula o el roce de una mano operan milagros sin necesidad de cirujanos.
Puedo asociarme sin esfuerzo a la sensación de sentirse feo, pero que alguien dijera “soy feo”, objetivamente y sin dramatismo, me resultó conmovedor e inapelable.
Una exigente autocrítica y tremendo sentido estético me torturaron bastante durante la adolescencia y ahora, a la distancia, veo en las fotos a una jovencita de cuerpo armonioso, enormes ojos negros , sonrisa amplia y natural simpatía, con los que seducía sin saber. Pero claro, ella hubiese querido ser alta como L, rubia y lacia como S., desfachatada como M., tetona como F., genio en matemática como ML. Ahora vengo a darme cuenta de que algunos de mis atributos eran un valor agregado que ellas hubiesen querido para sí. Lo sé porque me lo dijeron y lo escribieron en esas dedicatorias de los últimos días de clase.
La adolescencia es un terreno fangoso que pocos son capaces de transitar sin resbalar o salpicarse. El tránsito, más o menos dificultoso, puede fortalecer los músculos de la autoestima o lastimarla para siempre. El adolescente se siente feo por obligación y por comparación, pero no todo el tiempo. La llamada esperada, la sonrisa del otro lado del aula o el roce de una mano operan milagros sin necesidad de cirujanos.
Puedo asociarme sin esfuerzo a la sensación de sentirse feo, pero que alguien dijera “soy feo”, objetivamente y sin dramatismo, me resultó conmovedor e inapelable.
(http://lalectoraprovisoria.wordpress.com/2007/05/28/soy-feo/#comment-6884 )
Pero lo que causaba en él un efecto extraño, además de la consabida corcova, era la cabeza cuadrada y la cara larga y redonda, de modo que por el cráneo parecía un mulo y por el semblante un caballo.
El jorobadito. Roberto Arlt.
Pero lo que causaba en él un efecto extraño, además de la consabida corcova, era la cabeza cuadrada y la cara larga y redonda, de modo que por el cráneo parecía un mulo y por el semblante un caballo.
El jorobadito. Roberto Arlt.
4 comentarios:
Increíble.
Luego de quedarme sin palabras, te diré que me alegra enormemente que leyeras, más allá de lo lúdico del texto, la búsqueda que realmente llevaba: ese dolor de ser adolescente y de cargar con una imagen que se detesta. Qué importa cuán feo uno es para los cánones de nadie.
El dramatismo es un sinsentido porque no hay nadie contra quien pelear, ni siquiera un ojo anónimo.
Enormes gracias, un fuerte abrazo, Juan
Más increíble me parece leerte aquí, en mi casa, Juan.
Tu texto es realmente conmovedor porque supiste transmitir el dolor adolescente y la aceptación adulta, sin golpes bajos ni recursos plañideros.
Un abrazo enorme y bienvenido por estos pagos.
Enormes gracias nuevamente -tu casa me cae de maravillas-.
Pensaba en dos cuestiones. Primero, que no puede haber patetismo en lo dado; es decir, lo dado es, el patetismo aparece con la mirada que no encuentra en eso la oportunidad.
Luego, pensaba en la palabra. Poder decir es darle entidad al monstruo; una vez formado, el resto es mucho más fácil: las manos ya no golpean al aire.
Totalmente de acuerdo. Una vez nombrado, el monstruo se cristaliza y pierde fuerza. La palabra da muerte y da vida.
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