25 de abril de 2008

Exilios





«¡Sapo! ¡Tilonorrinco! ¡Iris!».[1]

Tales palabras elige el niño para llamar traidor y criminal a su maestro, pero las grita con los ojos llenos de lágrimas y los puños cerrados mientras corre detrás del camión cargado de presos.
Ese episodio marca el fin de su inocencia.
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¿Podemos recordar en qué momento de la infancia perdimos la nuestra?
Estoy segura que la mía no se extravió en los misteriosos laberintos del sexo, sino cuando tuve la certeza de que la mentira podía funcionar pero dejaba un sabor a cenizas en el paladar.

*

[1] Yo quería mucho a aquel maestro. Al principio, mis padres no podían creerlo. Quiero decir que no podían entender como yo quería a mi maestro. Cuando era un «picarito», la escuela era una amenaza terrible. Una palabra que cimbraba en el aire como una vara de mimbre.

“La lengua de las mariposas” en Qué me quieres amor, de Manuel Rivas.

14 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Encontraste el libro, Condesa?
Me alegro que así sea.
O eso, o lo compraste de nuevo. ;-)

La condesa sangrienta dijo...

No, Galois, no lo encontré ni lo repuse! Escribí esto a modo de exorcizar la bronca y bajé el cuento de la red.
Dejo el link por si les interesa:

http://www.uhu.es/cine.educacion/cineyeducacion/temasmariposas.htm

Lirium*Lilia dijo...

Obviamente no leí el libro, tampoco ví la peli (es una de las miles que tengo pendientes).
Qué lindo texto!, el suyo.. imagino la escena. Creo que en el sexo la inocencia se renueva, cada experiencia nos encuentra vírgenes. Descubrir las mentiras es sentir traicionada la inocencia... pero en mí eso se repite. Vivir la injusticia en carne propia o ser testigo de ella, eso sí me ha hecho perder la inocencia.
Ojo, si usté saca a la Callas, enseguida tendrá un piquete en la entrada del Condado.. amenaza? no, advertencia! Y ahora venga a decirme que el tema no tiene que ver con el escrito, já!(mariposa-inocencia). Un beso enorme...

Estrella dijo...

Qué buena película, el libro no lo leí.
El fin de la infancia: cuando el cuerpo se revoluciona y uno no sabe que hacer con él.

Lirium*Lilia dijo...

Condesa: un "cacho de curtura" no me caerá mal, no? Bajé e imprimí el cuento: qué buena alumna no? Luego lo leeré. Bah, en realidad entré a vigilantear a ver si estaba la Callas. já! Buen finde. Chau y gracias

Anónimo dijo...

Condesa, la película no me gustó; pero la escena del chico está monumental.

Hablando de películas, que traten acerca del fin de la inocencia, y bien actuadas por los chicos, no omitir "Imperio del sol".

Personalmente, también perdí la inocencia en el difícil terreno del ocultamiento y la simulación.
eso sí,en algunos aspectos (mejor no pregunte) la inocencia me sigue haciendo compañia...

La condesa sangrienta dijo...

Lirio: he decidio que por unos días, la Callas no se calla. Disfrute.
Ah... y muy interesante eso de que en el sexo, cada nueva experiencia nos encuentra vírgenes.

Estre: La película, en realidad, funde 3 relatos del libro: “La lengua de las mariposas”, “Un saxo en la niebla” y “Carmiña”.
(y yo nunca supe qué hacer conmigo así que todavía estoy perdiendo la inocencia...ja)

Mickey: a mí sí me gustó la película y también me conmovió -mucho- El imperio del sol. La escena del niño cuando encuentra muebles y objetos en medio de la nada hace pensar que de nada sirve acumular cosas. La escena final, los padres, su mirada, el derrumbe...uh, tremenda!
(y no pregunto, pero le creo. Me pasa igual).

Anónimo dijo...

Respondiendo a su pregunta: no, no puedo recordar. Pero... ¿inocencia? no creo que sea conveniente marcar antes y despueses que en realidad no existen, por lo menos en mi vida.

Besos y suerte!

La condesa sangrienta dijo...

Enter: tal vez la infancia sea un "estado de inocencia" pleno, después quedamos con algunas inocencias para violentar o conservar. Como un bonus track, vió?

Jorge Schussheim dijo...

Seríamos seis. O siete.
Horacio, Alberto, Julio, León, Jimmy, yo.
Hay un séptimo que se me escapa…
O por ahí seríamos seis, nada más.
Tendríamos unos catorce años.
Quince, como mucho.
No. Catorce, porque estábamos en segundo año nacional.
Sería a principios o mediados de primavera, porque no hacía frio ni calor.
“Sino todo lo contrario!”, como hubiera gritado Quique.
No. Quique no estaba.
O estaba y era el séptimo…
Pero los que éramos, los que fuimos, y seguro que todos lo recordaríamos, sabíamos que esa era la última vez que jugábamos.
Buscando la escopeta (porque seguramente esa noche vendrían ladrones a atacarnos) encontramos una caja chata y sucia de cartón gris. Adentro habia bisagras de metal; unas bisagras extrañas, con un ala corta y la otra larga, seguramente bisagras de portón.
Eran bisagras comunes, de chapa de hierro, pero en cuanto las vimos supimos que eran verdaderos Peacemakers single action calibre .45, de seis tiros cada uno.
O de cinco tiros…
Gorosito el casero estaba ausente, como siempre. O enseñándole a fumar a su hijo de nueve años. O pegándole a su mujer, asi que nos subimos al níspero sin precauciones.
Yo, siempre torpe, encontré una bifurcación en las ramas bajas: ahi estaba mi montura estilo mexicano, con pomo alto y estribos de cuero repujado.
Serían las cuatro o las cinco de la tarde y los seis (o los siete) arriba del árbol, cada quién con su Colt o con su Smith & Wesson.
Habremos jugado a los cowboys una media hora. O cuarenta y cinco minutos.
Tambien puede ser que en el fragor de los tiroteos las bisagras se transmutaran en Thompsons, y Wyatt Earp en John Dillinger, o Wayne, o en James Stewart.
Edgard G. Robinson?
No, James Cagney, me parece ahora.
Nos mirábamos mientras nos matábamos y nos caíamos al piso y nos volviamos a trepar a nuestros caballos o autos o motos policiales.
Las bisagras no fallaron hasta el final del juego, cuando volvieron a ser las bisagras que eran en su caja de cartón gris manchada de aceite, ahora cansadas de tanto disparo.
Mantuvimos la misma sonrisa que mostramos durante el juego, pero esta vez, y mientras comíamos el mal asado que nos preparó sin ganas el ya regresado Gorosito, sabíamos sin dudas que esa había sido la última vez que habíamos jugado un juego de chicos y que de ahi en más, no.
Nunca lo hablamos entre nosotros seis o siete, pero era claro que todos lo sentimos igual.
Tampoco volví a esa quinta semi abandonada junto a las vias en las que crecía hinojo salvaje y correteaban los cuises vespertinos, ahi en el Oeste, cerca de la estación Agote, adonde a los catorce o a los quince años me despedí de la niñez sin sentir el dolor que sobrevendría después.

La condesa sangrienta dijo...

Jorge: gracias por tan precioso texto que nos relata su despedida del país de la infancia.
Bienvenido por estos pagos donde, todavía, tenemos espacio para jugar e inventarmos una cierta inocencia.

Juan Gonzalez del Solar dijo...

Yo no sé cuándo dejé de ser niño pero de a ratos se me ocurre que está empezando a ocurrir, y me aterra, pero no sabés cuánto.

Tengo claro que no nos damos cuenta del mal que hacemos tantas veces y de lo frágil que es el otro. La docencia es lo más increíble que a uno puede pasarle si acaso le toca, ¿cómo es posible que la mancillemos tanto?

Abrazo,

Anónimo dijo...

A veces tengo ganas de tener un hijo nada más para no criarlo como lo crían los demás.

¿Seré egoista o generoso?

La condesa sangrienta dijo...

Juan: son terrores infantiles, no te preocupes.

Enter: la mayoría de los padres intentamos no criar a los niños como los crían los demás, por eso nuestros hijos son "lo más", ja.
Desear lo mejor para el otro es generosidad, la cuestión es determinar qué es lo mejor.