Por lo general me resisto a tener que explicar lo que escribo, no es la idea porque, además, resulta mucho más interesante espiar lo que el texto provoca en el que lee.
La mayoría de las veces el lector entra en sintonía aunque disienta y otras, se ubica en las antípodas de lo que quise decir. Son lecturas diferentes, capas superpuestas que abren sentido y enriquecen lo escrito.
Y esto viene a cuento porque en el
post anterior hubo quienes creyeron ver, hombres los tres, una relación lésbica en el relato. En cambio
Estrella, entendió que, a pesar de las particularidades de cada una de las amigas, el encuentro se producía en un escenario ajeno al cotidiano.
Alguien que puede decirlo desde la piel, me pregunta con asombro ¿qué tiene ese diálogo de lesbiano? y explica que las lesbianas bien pueden encontrarse para hablar sobre política, para pasarse el dato de una zapatería que está liquidando o para cualquier otra cosa.
Y en ese punto el enunciado se abre, se dispara y suma otras miradas a las que el título proponía.
No estoy diciendo nada nuevo, ya Eco teorizó acerca del lector modelo y de su contribución con el texto al cubrir los espacios vacíos producidos por la imposibilidad de decir absolutamente todo.
La mirada de ustedes me vuelve entonces sobre los intersticios de mi escritura.
No sobre lo escrito que poco valor tiene, sino sobre aquello que no estaba dicho, ni siquiera pensado.
Releo.
Y vuelvo como lector de mí misma.
.Objeto y Sujeto.
.
..º..
Nada consuela más al novelista que descubrir lecturas que no se le habían ocurrido y que los lectores le sugieren [...] No digo que el autor deba aceptar cualquier lectura, pero, si alguna le parece aberrante, tampoco debe salir a la palestra: en todo caso, que otros cojan el texto y la refuten. Por lo demás, la inmensa mayoría de las lecturas permiten descubrir efectos de sentido en los que no se había pensado.
Apostillas a El Nombre de la Rosa. Humberto Eco