José pregunta si me gustan los piropos ¡claro que sí!
Vuelve a preguntar ¿qué tipo de piropos?
Y…los que no son groseros, supongo. Pero, aun así, eso depende de quién lo diga y en qué circunstancias.
Si te ves obligada a pasar entre un grupo de obreros que acompañan la frase con mirada y gesto, resulta ofensivo e inquietante. Si, en cambio, alguna salida original, ocurrente y oportuna te toca igualmente el ocote, hasta podés recibirlo con agrado.
No creo que nadie reniegue del piropo porque el piropo es un mimo, una expresión de admiración o de afecto. Si enumerara aquí lo que me gusta oir, quedaría como un acto de presunción o de falsa modestia en algunos casos porque, de verdad, algunos me parecen excesivos. Igualmente los acepto y los atesoro como un bálsamo al que puedo recurrir, para restañar las heridas que a veces sufre la autoestima.
Existe un amplio abanico de piropos que se aplican según el momento y la situación.
Pueden piropearnos el brillo del pelo, el tamaño de los ojos, la tersura de las manos o la perfecta redondez de la cola.
Pueden piropearnos la inteligencia, la inmediatez en la respuesta, el talento para dibujar, escribir, cantar o cocinar.
Pueden piropear la calidez de nuestra casa, la belleza de nuestros hijos, la capacidad de escuchar sin juzgar o la de jugar sin dañar.
Pueden piropearnos en nuestra simpatía y buen humor, en la educada firmeza para trazar límites o en el manejo sutil del rechazo que no humilla.
José también pregunta si las mujeres decimos piropos.
Por mi parte contesto que sí; soy piropeadora y no amarreteo elogios.
Me resulta fácil decirle a un hombre que me encanta ese nuevo corte de pelo, que le queda re-lindo estar bronceado, que tal pilcha le calza como un guante, que me emociona lo que escribe, que cocina como los dioses, que amo verlo acunando a su niño, que lo admiro por su tenacidad, que lo respeto por su paciencia, que tiene lindas piernas, lindas orejas o lindos ojos, etc.
(Che ¡qué lindo estás! –ésa es frecuente).
No sé si habré contestado las preguntas de José pero a modo de conclusión, les recuerdo a los hombres que pasen por aquí que a nosotras nos gustan:
♦ Los piropos pícaros, simpáticos y respetuosos.
♦ Los circunstanciales.
♦ Los que llevan un cierto grado de elaboración.
♦ Los que implican cierto laburo físico e intelectual.
Grábense a fuego en la frente que:
♦ Deben evitar los piropos unimembres tipo “¡yegua! ¡bombón!”
♦ Tienen que eliminar los sonidos lascivos que se pegotean en la oreja cuando estiran las consonantes (diossssa, bebbbbbbé),
♦ Deben halagar sin avergonzar, si el piropo está referido a nuestra anatomía.
y que
♦ Debe sorprender sin repugnar (no y mil veces no a la escatología en el piropeo).
Ahora me quedo con uno de los primeros piropos que recuerdo. Me lo decía mi abuelo:
Los ojos que Dios te ha dado,/ iluminan con tal potencia,/ que si vas por la Intendencia,/ te aplicarán sin clemencia,/ el impuesto al alumbrado.
-
[Ya recogí el guante de José, ahora les toca a uds.]
***Parece una atorranta cuando canta /Parece que se deja y no se deja /Te da la sensación cuando camina /que en vez de una mujer, llegan dos minas /Parece medio loca y que provoca /porque el/tango en su boca es un gemido /Parece que ya nada le sorprende /parece saber todo de la vida /parece, pero no es lo que parece /es una gata herida.
La Gata Varela. Cacho Castaña.